La nueva ley de matrimonio homosexual, aparecida en un río revuelto de defensores y detractores, tiene su primera oposición oficial: Marta Covella, jueza en La Pampa, se niega a casar a tales parejas alegando su íntima convicción cristiana que la determina a entenderlo como inadmisible ante Dios.
La democracia es el autogobierno de los pueblos, y como los pueblos son numerosos y las opiniones diversas, estos sólo ostentan la titularidad de un poder que es ejercido en concreto por representantes elegidos para eso. Y como los representantes representan demasiadas posturas, es el gobierno de las mayorías.
La objeción de conciencia es una figura conocida en el Derecho basado en antiguas y constantes razones de la Filosofía. Es el justificativo más digno, tal vez, para incumplir la ley. Es la defensa de las creencias éticas sobre la norma humana y tiene aires de sacrificio eterno. Es oponerse, aunque se desplomen los cielos, a hacer aquello que el alma se niega a admitir. Ejemplo conocido de ello en el mundo entero es la negativa a realizar el servicio militar, con objetores que han sido antimilitaristas, pacifistas o Testigo de Jehová. En todos los tiempos aquellos que renunciaron a las comodidades y sufrieron sobre sí las consecuencias de preferir a la propia conciencia como primer tribunal han hecho historia y muchos pagaron con su propia vida las creencias defendidas.
Cabe preguntar si este es el caso de la jueza. ¿Puede un funcionario afirmar que incumplirá la ley del Estado que lo nombró para la función? Los problemas generados son incómodos. Por un lado, quien asumió su cargo en épocas de comunión interior plena con el ordenamiento, modificándose este después, tiene la garantía de no verse obligado a hacer aquello con lo que no esté de acuerdo. De manera tal que debe reconocerse su derecho a abstenerse de participar en ese acto. Por otro lado, su participación en este asunto deriva de ser funcionaria del mismo ente que ha elaborado esta nueva ley, es una representante del Estado. La representación exige la aceptación de las normas del mandante, no al revés. Si en sus funciones ella se niega a acatar sus deberes, se levanta sobre estos y actúa como dueña originaria de la voluntad primera. La actitud esperable en este caso no es la gestión distorsionada de la voluntad del mandante sino la renuncia a la gestión.
No me gusta el matrimonio homosexual. Aun no simpatizo con él. Pero es necesario cuestionarse si es de buena gente pelear por las convicciones de cualquier manera. Digno es ubicarse en las barricadas correctas y argumentar desde donde se debe. Así como no se predica mérito alguno de alguien que "como médico es buen músico y como músico, un buen médico", no vale argumentar como católica en el marco de las leyes laicas.
Finalmente ¿cómo es posible que esta respuesta tan clara esté tan empañada? En un país donde la Constitución establece en su artículo 2 que "El Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano" algunos de sus funcionarios juran "por Dios, la Patria y estos Santos Evangelios". Todo vuelve a ser una sopa de argumentos y la rueda vuelve a girar sobre sí. Con el permiso de Discépolo:
"...Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia
contra un calefón..."
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia
contra un calefón..."